El burro culto y La mula sabia - Grupo Milenio

2022-11-15 16:52:34 By : Mr. Hui Zhou

El burro culto y La mula sabia están en la misma colonia, pero un poco distantes. Son librerías a puerta cerrada, espaciosas y cómodas, con mesas y estantes repletos de libros usados, donde te ofrecen una copa de vino tinto, un café o un mezcal, mientras hurgas o te sientas en un sofá.

Solo deberás hacer una cita para que te proporcionen te acompañe una persona, que puede ser el propio Max Ramos, quien posee más de 350 mil volúmenes distribuidos en seis librerías que han crecido durante los 23 años que tiene en este oficio.

Max ha abierto una librería cada cuatro años en esos 23 que lleva como librero, contando con la más reciente, hace dos meses, que es la más pequeña y bautizó como Papelitas, el pensamiento en una nuez. El nombre es una evocación a su pueblo natal, ya desaparecido.

La ranchería estaba en el municipio de Tehuacán, estado de Puebla. Hace pocos años fue a visitarlo, pero ya no había nada, “se desvaneció”, dice con voz pausada quien recuerda que ese lugar fue ocupado por un grupo de forajidos y miembros de su familia.

Era un caserío habitado “por bandoleros, deshijados que con los años se desperdigan, pues andan en una completa fuga”, según sus palabras. “Ni agua había”, relata. “El nombre de Papelitas nació porque llegaban unas hojas gigantescas y secas de árboles muy lejanos”.

Es una zona semiárida —describe Max— donde llegaba una especie de pequeña cazuela y toda la noche se formaba un remolino de hojas. De ahí viene el nombre. Pero cuando la gente se va de un lugar, éste se queda sin nombre. “Aquí existió un pueblo con el nombre de Papelitas”.

​—Qué raro, parece de ficción— se le comenta.

—Pues yo creo que la vida tiene que ver mucho con la ficción. Y este tipo de espacios lo que recrean es justamente eso: la ficción desde la literatura, pero también puede haber ficción desde la historia.

—Podemos tener un libro de Juárez visto por dos historiadores completamente diferentes y parece que estamos asistiendo a una ficción, porque ninguno de ellos se va a poner de acuerdo en nada; los dos son tan contrarios, que el personaje parece inventado.

Papelitas, el pensamiento en una nuez, marcada con el número 218 de la calle Mérida, casi esquina con Chiapas, colonia Roma, es la más reciente librería abierta por Max Ramos, con dos mil 500 ejemplares. La peculiaridad aquí son los que él llama “micro temas”.

—Tenemos unos 8 libros sobre abanicos; 15 libros sobre la muerte, unos 60 sobre vida cotidiana, 7 sobre prostitución, unos 10 libros sobre la locura. En cuanto se van agotando esos temas, se pone otro; viene el tema de títeres o puede venir el del circo, el tema de la esclavitud. Y así.

Se le comenta que es algo así como una librería gourmet —tomando una idea de la persona que la atiende—, donde los libros agotados se sustituyen por otro menú de diferentes contenidos.

“Sí —responde Max—porque, de repente, para llegar digamos como a estos alimentos sustanciosos que son la escritura puesta en libros, deviene de una exhaustiva búsqueda entre todo el material que tenemos en las otras librerías”.

Y es que el acumulado de sus seis librerías llega a un promedio de unos 350 mil volúmenes. Y de dicha cantidad —comenta— lo que hay aquí es “una puesta en escena de todo lo que tenemos, pero como es una librería pequeña, pues tenemos que ser sucintos; los materiales que va a estacionarse en este espacio tienen que ser bien seleccionados”.

—Es un poco personal —asienta—, pero no en sí el librero llamado Max Ramos; tiene que ver con el asunto de cómo uno se va armando como lector, los procesos que has tenido como comprador de materiales, digamos, una representación de lo vasto que es el mundo de adquisiciones bibliográficas de las bibliotecas privadas.

Max es un conocedor de este tema, sobra decirlo, y sabe que la mayoría de las librerías están donde vive la clase media. Esto, además de comprobarlo, está en un mapa que hizo la UAM-Cuajimalpa de librerías de usado.

Y la mayoría está en colonias icónicas como Roma y Condesa, donde tiene cuatro, así como en la Juárez, otra más, la librería Jorge Cuesta.

Es cierto que también hay en otros sitios como San Ángel y Coyoacán, pero no se puede comparar con el número de las colonias mencionadas, así como en el Centro Histórico, sobre todo en Donceles.

En efecto, han cerrado librerías de usado, “pero vuelven a emerger otras tantas”, añade quien hasta se da el lujo de tener dos librerías que él llama “a voces” o “a puerta cerrada”.

Son dos las librerías que Max Ramos maneja a puerta cerrada y que puedes visitar después de ir a una de sus librerías abiertas y dices: “Yo quiero conocer El burro culto o La mula sabia”.

En ese momento te dan un número telefónico para que acuerdes tu cita y te esperarán con una copa de tinto, un cafecito o un mezcal; claro, sugiere Max, debes tener el tiempo necesario para ver materiales.

Ambas librerías tienen todas las comodidades, como si el lector estuviera en su propia casa, o mejor, con la libertad para moverse entre miles de libros y obras completas de prestigiados autores.

​—¿Por qué librerías cerradas?

—La curiosidad es una llave —responde Max—, y la curiosidad en el lector, en el bibliófilo, en el investigador, en el periodista, en el historiador, son materia de trabajo.

—Es el juego de palabras. Es la palabra unida para que juegue con un burro sabio, un burro escondido.

—Es una librería secreta…

—Es una librería secreta a voces, porque se habla de ella a través del tiempo, pues tiene varios años. Los mismos lectores se han dado a la tarea de hablar de ella, pero siempre resguardando el lugar donde se encuentra.

—Ajá, pero es una secrecía muy reveladora: cuando tú llegas a cualquiera de las librerías que tenemos a público abierto, como El Hallazgo o la Jorge Cuesta, o Papelitas, y de repente dices: “Quiero conocer El burro culto”, entonces se les da ese momento el teléfono, se comunican conmigo, me dan su hora, su día, se agenda y se les espera.

—¿Y qué tipo de libros tienen aquí?

—Pues tenemos algunas primeras ediciones, que están con dedicatoria, el autógrafo del autor; también hay libros en pergamino, antiguos, y de historia, de filosofía, de historia general y una fuerte colección de autores mexicanos.

​Y del Burro culto, al que se ha entrado después de recorrer un largo pasillo rodeado de plantas, nos trasladamos a la Mula sabia.

Max entra a un edificio, como cualquier inquilino, y mete la llave en la cerradura de un departamento repleto de libros, entre colecciones como la de un prestigiado jurisconsulto, ya fallecido, cuya viuda vendió su biblioteca.

—¿Y aquí, en La mula sabia?

—Hay la parte de literatura escrita por mujeres. También vas a encontrar a las arqueólogas, antropólogas, cineastas, pintoras… No quiere decir que estén excluidos los hombres, pero tienes más como ese cariz.

—Sí, algo misterioso, pero que se devela en el propio espacio, y que tiene que ver con saber reservar materiales, pero también sabes de inmediato, cuando entras a esos lugares, que hay una parte en donde el trabajo del librero con el lector es un asunto de cercanos, de tratarlos con esta amenidad que da la cercanía, la parte íntima del diálogo. Es la parte más rica a la que yo más le apuesto. Es decir, no me disgusta tratar con las personas.

Para Max Ramos, quien trabajó en teatro universitario, donde llevaron obras de Elena Garro, su vida y sus viajes seguirán siendo los libros, y en estas librerías a puerta cerrada o secretas hay eso: un encuentro de afinidad con el lector, el coleccionista, el bibliófilo, el investigador.